Fray Bernardino de Minaya   Minaya 1485 – ¿Roma? (Italia) 1565


Fray Bernardino de Minaya por Daniel Sánchez Ortega

 

Un Minayero que luchó en el siglo XVI contra la esclavitud y contra la evangelización a golpes.

 

Bernardino de Minaya nació en Minaya en 1489 (1485), profesó como dominico en 1519 y marchó a las Indias en 1527, concretamente a México  en misión de evangelización en las provincias de la Nueva España.

 

Ayudado por conversos cristianizados por él  mismo pasó a Nicaragua, luchando siempre contra el trato que daban los colonizadores a los indios, y posteriormente, enterado de las conquistas de Pizarro, consiguió ser enviado a Perú, donde tuvo gran cantidad de enfrentamientos con el conquistador, al que llegó a mostrar ordenanzas del emperador que prohibían la esclavitud consiguiendo que algunas incursiones se detuvieran. Pero repudiado por los españoles, que llegaron a quitarle el mantenimiento, tuvo que volver a Panamá y de allí a México.

 

Su llegada a la Nueva España coincidió con una provisión del Presidente del Consejo de Indias, el cardenal García de Loaysa que, influido por las teorías de Fray Domingo de Betanzos (dominico que negaba la completa humanidad de los indios) ordenaba la venta de hasta diez mil de ellos como esclavos. Decidido a luchar contra semejante injusticia, y provisto de una carta del Obispo de Oaxaca y otras de franciscanos y del Obispo de Santo Domingo, embarcó en Veracruz para España viviendo de las limosnas hasta que consiguió llegar a Sevilla y desde allí a Valladolid. El Emperador estaba en el Norte de Europa, pero la Emperatriz, gracias a la mediación de un miembro del Consejo de Indias, le dio cartas para el Papa, Paulo III, provisto de las cuales se encaminó a Roma.

 

Recibido por el Papa merced a las cartas de recomendación, le convenció de la necesidad de poner fin al maltrato que se daba a los indios. Paulo III redactó una Bula, la Sublimis Deus, en la que se puede leer:

 

“…Nos…consideramos, sin embargo, que los indios son verdaderos hombres y que no solo son capaces de entender la fe católica, sino que, de acuerdo con nuestras informaciones, se hallan deseosos de recibirla… tales indios y todos los que más tarde se descubran por los cristianos, no pueden ser privados de su libertad por medio alguno, ni de sus propiedades… y no serán esclavos, y todo cuanto se hiciere en contrario será nulo y de ningún efecto…”

 

La Bula fue enviada directamente por Minaya a los obispos de América sin obtener antes la autorización del Emperador, lo que contravenía los tratados existentes que daban a la corona de Castilla una autoridad sobre el Nuevo Mundo prácticamente absoluta. Carlos V consiguió que el Papa dictase un Breve unos meses después dejando sin efecto la Bula, pero ésta estaba ya distribuida por el padre Las Casas, e incluso estudiada en Salamanca, donde parece posible que tuviese gran influencia en los escritos del padre Francisco de Vitoria, considerados hoy como la verdadera base del Derecho Internacional.

 

Cinco años más tarde, las Leyes Nuevas, con la aprobación del Emperador, seguían paso a paso las disposiciones de la Encíclica.

 

Bernardino de Minaya fue recluido dos años en un convento, enviado posteriormente a predicar en la cárcel de Valladolid, y se le prohibió volver a América.   Y cayó en el olvido de la Historia.

  

*Información recogida del libro de Daniel Sánchez Ortega. “Fray Bernardino de Minaya y su tiempo”


Fray Bernardino de Minaya 

Academia de la historia España

por Pedro Fernández Rodríguez

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Minaya de Paz, Bernardino de. ?, c. 1485 – ¿Roma? (Italia), c. 1565. Fraile dominico (OP) del Convento de San Esteban de Salamanca (c. 1511), misionero en Indias, fundador de la Obra de las Arrepentidas en Valladolid y la Congregación de los Canónigos de San Salvador para frailes apóstatas.

 

Residía en el Convento de San Pablo de Valladolid con fama de buen predicador, y viajó a México con siete compañeros en la barcada organizada por Vicente de Santa María en 1528 y en Indias permaneció cerca de diez años. Su primera misión fue Oajaca, ya misionada antes por Gonzalo Lucero y Bernardino de Tapia. Cuando Domingo de Betanzos fue enviado a Guatemala a principios de 1529 con Francisco de Mayorga y Pedro de Angulo encuentra en Oajaca a Bernardino de Minaya y a Vicente de las Casas, quienes les acompañan hasta Santiago de los Caballeros, Guatemala. De 1529 a 1532 evangelizó Minaya la región zapoteca, acompañando a Bartolomé de Las Casas a Centroamérica. En 1529 fueron martirizados los niños traxcaltecas, Juan y Antonio.

 

Llegado Francisco de San Miguel con Bartolomé de Las Casas a México en 1531, Bernardino de Minaya se pasó al bando de los frailes isleños, que buscaban una reforma en contra de algunas actitudes adoptadas por Vicente de Santa María. Minaya, siendo prior de Santo Domingo de México en 1533, bajo la obediencia de la provincia de Santa Cruz de Indias, acogió en el convento a los primeros misioneros agustinos de Nueva España, pero sobre todo lideró en Nueva España una campaña contra Betanzos para que no regresara a México a establecer la provincia de Santiago en línea reformada e independiente de la provincia de Santa Cruz, presentándole como el responsable de que la ley antiesclavista dada en 1530 fuese derogada por Cédula Real en el 20 de febrero de 1534, debido según él al parecer de Betanzos presentado al Consejo de Indias en 1533.

 

De todos modos, Betanzos se embarcó en Sanlúcar de Barrameda en agosto de 1534 rumbo a Nueva España y al llegar a México en la primavera de 1535 destituyó en calidad de vicario general al provincial, Francisco de San Miguel, y al prior del convento de Santo Domingo, Bernardino de Minaya, quienes fueron nombrados tercero y cuarto definidores en el primer capítulo provincial de agosto de 1535, donde fue elegido Betanzos provincial y Minaya fue enviado como misionero a Oajaca con fray Tomás de San Juan o del Rosario, superior.

 

Minaya ya conocía la región zapoteca.

 

El regreso de Minaya a España y los resultados de su visita romana de 1536 tienen que ver con los problemas surgidos en México en 1533. No se sabe si regresó Minaya a Europa con permiso del provincial, Betanzosni si trajo consigo sólo cartas de Julián Garcés y Juan de Zumárraga. Llegado Minaya a Valladolid, consiguió a través del doctor Bernal Luco cartas de la Emperatriz para el Papa, para el maestro de la Orden y para el embajador, y en Roma obtuvo del papa Pablo III el breve Pastorale Officium, 29 de mayo de 1537, dirigido al cardenal arzobispo de Toledo, Juan de Tavera, disgustando por ello al cardenal arzobispo de Sevilla García de Loaysa, presidente del Consejo de Indias, y recibió también la bula Sublimis Deus, fechada el 2 de junio de 1537, en respuesta a la carta de Julián Garcés, donde se condenaba a quienes reducían a los indios a esclavitud, considerándoles incapaces de sacramentos. En la documentación existente se advierte la oposición personal de Minaya al cardenal García de Loaysa y a Betanzos.

 

El recurso a Roma de Bernardino de Minaya, los despachos allí conseguidos y el haberlos enviado a Indias sin pasar por los cauces establecidos del Consejo de Indias desagradaron al Emperador; por eso éste solicitó al Papa que revocara las censuras contenidas en el breve Pastorale Officium, objetivo conseguido en el breve fechado el 19 de junio de 1538; además, Minaya recibió la prohibición de regresar a las Indias, y fue recluido durante dos años por su provincial de Castilla en el convento de Santa María la Real de Trianos, León, a petición de la Emperatriz. Con todo, consiguió viajar a Indias y en la isla La Española lo encontró en 1539 el licenciado Juan Calvo Padilla, acompañado por Bartolomé de Las Casas. Posteriormente Minaya estuvo en Trianos, Valladolid, y finalmente en Roma, donde abandonó la Orden de los Frailes Predicadores.

 

He aquí algunos fraudes de Minaya: cuando regresó a España dijo que llegó a Veracruz en calidad de prelado, y ya no lo era; la carta de presentación de la carta de Julián Garcés, obispo de Tlaxcala, a Tomás de Badía, maestro del Sacro Palacio, estaba firmada por Minaya, en calidad de fraile del convento de Santo Domingo de México, de la provincia de Santiago de la Observancia, pero, de hecho, estaba entonces destinado en Oajaca; la carta de Garcés, sin fecha, ni lugar, presenta a Minaya, como prior de Santo Domingo de la Ciudad de México, y lo fue de 1533 a 1535. Entre el Informe de Minaya a Felipe II de 1562, un documento que hay que interpretar con prudencia, pues nadie es buen juez en causa propia, redactado estando ya fuera de la Orden, y las cartas de Sebastián Ramírez de Fuenleal, Juan Salmerón y Luis de Fuensalida al Emperador y a la Reina de 1533, hay coincidencias sospechosas, de modo que Minaya en 1535, después del Capítulo Provincial de México, se siguió moviendo como si estuviera en 1533 y siguiera siendo prior de Santo Domingo.

 

En 1544 se hallaba Minaya en Valladolid, trabajando en el establecimiento de una casa para diecisiete mujeres arrepentidas en un edificio alquilado, origen que fue del monasterio de San Felipe de la Penitencia, desaparecido a mediados del siglo XX. En 1559 pidió la princesa al provincial de Castilla que recibiera al Monasterio de San Felipe de la Penitencia de Valladolid entre los monasterios de monjas dominicas, lo que se hizo en el Capítulo Provincial de 1563, pues ya había sido recibido en la Orden por el Capítulo General anteriormente habido en Roma en 1558. El 21 de noviembre de 1560 había ya en el reino diez monasterios de arrepentidas, como el de San Felipe de Valladolid, obra aprobada en su tiempo por el Papa con la recomendación del príncipe Felipe.

 

Estando en Roma Minaya, tratando el asunto del monasterio de San Felipe de la Penitencia, del cual era vicario administrador desde el 16 de octubre de 1544, abandonó el hábito de los frailes dominicos a finales de 1545, para dedicarse desde entonces a reclutar religiosos exclaustrados para fundar con ellos la Congregación de San Salvador de la Observancia de los Canónigos Regulares de San Agustín. Esta obra, aceptada por la princesa y por el príncipe Felipe, no fue aprobada por el papa Pablo IV, quien el 20 de julio de 1558 en la bula Postquam mandó regresar a todos los frailes exclaustrados a sus Órdenes de origen. Siendo vicario general perpetuo de esta Congregación, escribió desde Roma una carta a Felipe II, fechada el 6 de julio de 1559, pidiéndole ayuda, pues se encontraba ya anciano y pobre, viviendo a expensas del cardenal Pacheco.

 

Obras de ~: Carta súplica al Emperador Carlos V, fechada en México, 1533, y Carta súplica al Emperador Carlos V, fechada en la Corte Española, 1537 (ed. en H. R. Parish y H. E. Weidman, Las Casas en México. Historia y obra desconocida, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, pág. 269 y págs. 270-271 respect.); Memorial de su vida a Felipe II, fechado en Roma, c. 1562 (ed. en V. Beltrán de Heredia, Miscelánea Beltrán de Heredia. Colección de artículos sobre historia de la teología española, t. I, Salamanca, 1972, págs. 490-492).

 

Bibl.: A. de la Hera, “El derecho de los Indios a la libertad y a la fe. La Bula Sublimis Deus y los problemas indianos que la motivaron”, en Anuario de Historia del Derecho Español, 26 (1956), págs. 174-178; L. Hanke, La lucha por la justicia en la conquista de América, Madrid, Istmo, 1988; A. Lobato Casado, “El Obispo Garcés OP y la Bula Sublimis Deus”, en VV. AA., Los Dominicos y el Nuevo Mundo. Actas del I Congreso Internacional. Sevilla, 21-25 de abril de 1987, Madrid, Deimos, 1988, págs. 770-792; A. de Remesal, Historia general de las Indias occidentales y particular de la gobernación de Chiapa y Guatemala, vol. I, México, Porrúa, 1988, pág. 162.

 

Pedro Fernández Rodríguez, OP


En 1562 fray Bernardino de Minaya, OP presentó al rey Felipe II un memorial o carta-probanza de servicios cuya finalidad era recibir una pensión en los últimos años de su vida.

 

En el documento que presentamos--descubierto hace relativamente poco-- se recogen las actuaciones que el mismo Minaya realizó en Roma en orden a defender la dignidad de los indígenas americanos y que tuvieron como resultado la obtención de las bulas Sublimis Deus del 2 de junio de 1537, Altitudo divini consilii del 1 de junio y el breve Pastorale officium dirigido al cardenal Tavera.

 

En América venía discutiéndose ya desde hacía rato sobre la capacidad de los indios para recibir la fe. Algunos polemistas --entre ellos el dominico fray Domingo de Betanzos-- hacían aparecer a los aborígenes como seres sub-humanos y por lo tanto como ineptos para abrazar la fe católica. Contra estas opiniones se levantaron varios prelados (Sebastián Ramírez, Julián Garcés, etc.) y muchos frailes(2). Sin embargo, pocos alcanzaron la repercusión de fray Bernardino de Minaya; éste, con el pretexto de predicar se dirigió hacia el puerto de Veracruz y se embarcó rumbo a España. No encontrando buena acogida en el Cardenal Arzobispo de Sevilla García de Loaysa, marchó hacia Roma munido de cartas comendaticias de la Emperatriz Isabel de Portugal(3); allí, gracias a ésta, y contando con el apoyo de fray Tommaso Badia OP, maestro del Sacro Palacio, y del Cardenal Contarini, pudo acceder al Papa Pablo III a quien refirió la situación americana(4); su testimonio, junto con el de otros frailes y con una carta de fray Julián Garcés, obispo de Tlaxcala, motivaron al Papa a publicar la bula Sublimis Deus, que puede ser considerada la "carta magna" de la libertad de los indios.

 

 

Muy Católica Majestad:

 

La extrema necesidad ansí de pobreza como de senectud, junto con el deseo que tengo de efectuar las extremadas pías obras que el todopoderoso Dios me dio gracia comenzase a gloria suya en pro destos reinos de vuestra Majestad, me compelen a hacer lo que es fuera de mi condición, que es dar cuenta sumariamente de lo que en servicio de Dios y de vuestra Majestad y pro destos reinos he trabajado con el divino favor y de vuestra Majestad.

 

Sabrá vuestra Majestad que, bautizado vuestra Majestad en Sant Pablo de Valladolid --ocurrido en Valladolid en el mes de junio de 1527-- yo partí para las Indias con siete compañeros religiosos, con celo de la conversión de aquellas gentes a nuestra santa fe. Y, llegados a México, dicha misa del Spiritu Santo, mediante la obediencia nos partimos a diversas provincia. Y a mí cupo el valle de Guajaca, ochenta leguas de México, donde hice monesterio primero, y en la provincia de Yanhuitlán otro, y en la provincia de Tecuantepec otro. En las cuales <provincias> hice congregaciones de los hijos de los indios principales de a trescientos y quinientos.

Y destos enseñados envié a la provincia de Soconusco donde, viniendo de ahí a un año, hallé enseñados los indios en muchos pueblos.

 

Y, ansí, fui trescientas leguas hasta la provincia de Nicaragua baptizando, saliéndome a recibir con laureolas de rosas, con comida y las cruces, standartes del Rey de la gloria, aparejadas para que yo las pusiese do me pareciese. Lo cual hacía después de enseñados y que ellos, de su voluntad, quemaran los ídolos y los cúes, que son sus adoratorios. Ansí, llegado a la ciudad de León, que es fundada a la ribera de la Laguna (de sesenta leguas de agua dulce) que, están dos leguas poco más del Mar del Sur, desagua en el Mar del Norte, nuestro océano.

 

Venidas las nuevas del descubrimiento del Perú', hecho aquí un monesterio donde se enseñaron muchos indios, de los cuales decía el obispo Osorio y el alcalde, licenciado Castañeda, que eran incapaces porque decían si el Ave María si era de comer, me detuve allí predicando a los españoles la Cuaresma, y a los indios enseñándolos por los indios y compañeros que llevaba. De tal manera que, venida la Pascua, los llevé al obispo y al alcalde mayor Castañeda, y dijeron la doctrina cristiana delante dellos, y conocieron que tenían habilidad para ser cristianos.

 

Y habiéndome de partir al Perú, llamado un barbero, nos sangró a todos, y a mí el primero, de la vena del corazón, y con la sangre escribimos nuestras protestaciones <de> que íbamos a enseñar la fe y morir por ella. Y los indios enseñados y baptizados se querían pasar con nosotros, y con lágrimas lo pedían.

 

Pasados a la costa del Perú, hallábamos despoblados los pueblos por do los españoles habían pasado. Y andados algunos días con harta necesidad, alcanzamos al Pizarro, y de allí siempre fui en su compañía, con dos compañeros religiosos y cuatro indios enseñados, hasta la isla de <Puná o> Napunal, que se dice agora de Santiago", donde nos salieron a recibir con cincuenta balsas con sus velas latinas y remeros cantando. Y ansí nos metieron en la isla y aposentaron, trayendo comida.

 

Y después desto, otro día piden al principal de hinchar cierta pieza de vasijas de oro y plata, y diese gente para servicio de los españoles, como hacían en todos los pueblos. Y allí querían enviar, en los navíos, los indios que habían recibido para servicio a vender a Panamá, y dellos traer vino, vinagre y aceite. Y, como yo supiese esto, les notifiqué un traslado autorizado, por el cual mandaba su Majestad del Emperador que no pudiesen hacer esclavos a los indios, aunque ellos fuesen agresores. Y ansí lo apregonaron, y cesó el venderlos; mas a mí y a los compañeros nos quitaron el mantenimiento Sobre lo cual yo dije a Pizarro que viese lo que hacía, que su Majestad no lo tendría por bien. Mas que, pues estábamos cerca del señor Atabalica me diese un intérprete y iría con mis compañeros a predicarle. Y si nos matase, sería gran bien a nosotros y tendría ocasión para hacerle la guerra Más, que Dios había descubierto aquellas tierras por ganar aquellas ánimas, y éste era el fin del Papa y del Emperador cristianísimo y que, venido el Atabalica en recibir la fe, todos le seguirían, según la gran obediencia de los indios. Y <que>, ansí, sería verdadero capitán, y lo que ganase sería bien ganado. Que era razón les diésemos a entender que veníamos a su provecho, que era darles conocimiento de Dios, y no a robarlos y despoblallos de sus tierras que, por esto, eran encomendadas a los Reyes Católicos, como dice la bula del papa Alejandro <en> su concesión. El Pizarro respondió que <yo> había venido desde México a quitarles su ganancia, y que no quería hacer lo que le pedía.

 

Y, ansí, me despedí dél, con mis compañeros; aunque él me rogaba que no me fuese, que habría mi parte del oro que habían habido de los pueblos. Yo le dije que no quería parte del oro tan mal habido ni quería, con mi presencia, dar favor a tales robos. Y ansí me vine a Panamá con harta hambre, que el maestre de la nao, Quintero, no quería damos cosa, diciendo que se había quitado la ganancia de los indios, que trajera lleno el navío. Mas Dios socorrió, que hizo <tal> viento, que en ocho días venimos al puerto.

 

Y, de allí, con brevedad venimos a México, donde el Señor quiso traerme a tal tiempo que había venido provisión del Presidente <del Consejo de Indias>, cardenal de Sevilla, <fray García de> Loaysa, en que mandaba los capitanes hiciesen a los indios esclavos a su voluntad movido a esto por un religioso de santo Domingo que se llamaba fray Domingo de Betanzos, que afirmó y dijo en el Consejo de Indias que los indios eran incapaces de la fe y que en cinco años se habían de acabar22; y que aunque el Emperador y Papa con todos sus poderes, ni la virgen María con toda la corte celestial entendiesen en su remedio , no eran bastantes, porque eran docti in reprobum sensum et in consilio sanctissimae Trinitatis, perpetuo in acta peccata sua [condenados para su punición, en el designio de la Santísima Trinidad, a causa de sus pecados innatos].

 

Y, venida esta provisión a manos de don Sebastián Ramírez obispo de Santo Domingo en la Española y Presidente de México, juntó a los religiosos y les dijo:

 

Esta provisión es venida, y sé que por otras partes la han ejecutado y se han herrado por esclavos más de diez mil; Mas yo temo mi conciencia, y os cargo las vuestras escribáis a su Majestad lo que sentís destas pobres gentes, de su habilidad y cristiandad.

 

Y, ansí, los de san Francisco escribieron a su Majestad; mas yo, pensando informar de la verdad y experiencia al cardenal y ser amparo de tanto mal, víneme al puerto con razón de visitar, que era prelado, y predicarles en la Veracruz. Y, sabido de un navío que estaba para partir a estas partes, me embarqué con un compañero sin provisión alguna, a confianza de los pasajeros de lo que nos quisiesen dar.

 

Y llegados a Sevilla, a pie vinimos pidiendo a Valladolid, donde, visitado el cardenal, le dije cómo el fray Domingo no sabía la lengua ni los entendía <a los indios>; y le dije, de su habilidad y deseo de ser cristianos, cosas notables. Y me respondió que yo estaba engañado, y que lo que sabían <los indios> era como papagayos; y que el fray Domingo hablaba por spíritu profético, y por su parecer se seguía.

Y preguntado por el doctor Bernal <Díaz de> Luco qué había pasado con el cardenal Loaysa, se lo dije.

 

Y dije:

Estoy determinado de ir al Papa sobre tal maldad tan perniciosa a la cristiandad del Emperador y de tantas ánimas como son en aquel mundo, que más cruel sentencia es dada sobre ellos que se dio contra los hebreos, procurada por Amán contra Mardoqueo; aunque será comer yerbas, pues ¿quién le dará crédito, contra un presidente cardenal, a un pobre fraile? Si tuviese carta de la Emperatriz para su Santidad, confiada de aprovechar algo.

 

Dijo el doctor:

Yo os la habré.

 

Y diómela. La cual tengo hoy día guardada, como principio de tanto bien.

 

Y ansí, con ella, fui a pie a Roma, y traje los despachos que plugo a nuestro señor <el Papa Paulo III> despachar para descargo de la conciencia imperial y sus sucesores, ansí en la libertad de los indios como de la moderación de la Iglesia de ellos, los cuales puse en manos de su Majestad imperial", diciéndole:

 

Sabrá vuestra Majestad que yo he estado diez años en las Indias de vuestra Majestad y he visto las tiranías que los españoles hacen en los indios, que a Dios quitan las ánimas y a vuestra Majestad los vasallos, y le destruyen aquellas tierras opulentas.

 

Y me dijo:

¿Quién es la causa?

 

Dije:

El cardenal de Sevilla. Si vuestra Majestad pusiese al obispo de Santo Domingo, que los ha tratado, se acertaría.

 

Y ansí lo hizo y, su Majestad como cristianísimo, mandó ejecutar.

 

Y como traje a don Juan de Tavera, cardenal de Toledo, por Protector de los Indios, sintiendo esta bofetada, el cardenal de Sevilla Loaysa procuró, con sus informaciones, quel provincial me retrujese. Y, ansí, estuve retraído en Trianos dos años, adonde el general me escribió:

 

Vestras tribulationes audivimus et condoluimus; tamen, magnum gaudium existimandum est cum in diversas tribulationes inciderimus propter Christum. Scribo vicario et diffinitoribus capituli. Credo quod ipsi bene facient. Aliter si non, Deus inspirabit quid sumus facturi. [Vuestras tribulaciones oímos y compadecimos; gran gozo, empero, debe juzgarse caer en diversas tribulaciones por Cristo. Escribo al vicario y a los definidores del capítulo. Creo que éstos obrarán rectamente. De otra manera, si no, inspirarnos ha Dios lo que hemos que hacer.]

 

Y, ansí, me llamaron a Valladolid y encomendaron predicase a los presos de la Chancillería. De donde vine a entender <en> sacar seis mujeres de la mancebía, adeudadas en cuarenta ducados, y ponellas en casa alquilada con una beata y, de allí, por la señora doña Leonor Mascareñas y por el conde de Cifuentes, venirse a hacer monesterio, con el favor de vuestra Majestad siendo príncipe, y llamarse de su licencia Sant Filipo. Y a ejemplo suyo, siendo el primero en estos reinos de España, hacerse otros en diversas ciudades.

A la cual obra los frailes de santo Domingo fueron siempre contrarios; tanto, que, enviando el general licencia copiosa a mandado de vuestra Majestad siendo príncipe, la contradijeron. Lo cual fue en injuria mía y estorbo de la obra, porque las recibidas estovieron por salirse e ir públicamente, con la cruz cubierta de luto, a quejarse a vuestra Majestad. Y por tanto, yo en Roma a los dejé <a los dominicos>, por llevar adelante esta obra.

 

Y aunque su Santidad de Paulo Tercio [† nov 10, 1549], diciendo: "Es razón sea remunerado", me quería hacer obispo, yo, deseando estar en orden, me dio eligiese la orden que quisiese. Y elegí ésta de canónigos regulares, porque era símile el hábito y regla. Y en ésta no han cesado de contradecir. Ansí que, para hacer la reformación de canónigos regulares que vuestra Majestad me mandó hacer cuando se partió a Inglaterra, y cerrar la puerta a otros <para> que no salgan de sus religiones y, los que son fuera, vivan en religión y no anden apóstatas de la religión a que son transferidos, alcancé de su Santidad <que> anden en el hábito de clérigos (hábito antiguo destos reinos) los que yo recibiere. Y para las arrepentidas monjas de penitencia, su Santidad me concedió grandes indulgencias, corno verá por sus bulas, como administrador dellas perpetuo y, confirmado, vicario general perpetuo y reformador de los canónigos regulares en estos reinos e Indias, con muchas gracias.

 

En tal que, para llevar esto a efecto, es menester el favor de vuestra Majestad y que, para el dicho oficio y efecto de tan insignes obras, me provea de algún subsidio de pensión de cuatrocientos o quinientos ducados, como, de parte de su Santidad, escribe el cardenal Borromeo nuncio de su Santidad <para que> hable a vuestra Majestad, conociendo los trabajos ser de calidad y dignos de remuneración. La cual yo no quise recibir de su Santidad, procurando de hacerme obispo, y como lo escribe el cardenal a vuestra Majestad Y, ansí como los trabajos tan proficuos y arduos son públicos, deseo <que> la remuneración lo sea, por la gloria de vuestra Majestad y <para> poder efectuar tan comunes y pías obras en salvación de tantos.

 

 Magister Bernardinu Minaya de Pace  Vicarius generalis

 

 

 

Notas

1. El texto que transcribimos a continuación se encuentra en el Archivo General de Simancas, Estado 892, folios 177-179. El memorial permaneció inédito hasta hace relativamente poco tiempo. No tiene fecha, pero parece indicar los últimos años de la vida de Minaya (antes de 1562).

 

Para la presente edición usamos el texto publicado críticamente por René Acuña, Fray Julián Garcés: su alegato en pro de los naturales de Nueva España, UNAM, Instituto de Invest. Filológicas, Centro de Estudios Clásicos (México 1995) Apéndice III, lxvvii-ciii. Fue también publicado completo por Vicente Beltrán de Heredia, Nuevos datos acerca del P. Bernardino Minaya y del licenciado Calvo de Padilla, compañeros de Las Casas, en: «Simancas» (1950) y en: Miscelánea Beltrán de Heredia (Salamanca 1971) T.I, 490-496. Fue también publicado parcialmente por Lewis Hanke, El Papa Paulo III y los indios de América, en: Estudios sobre fray Bartolomé de las Casas y sobre la lucha por la justicia en la conquista Española de América, Universidad Central de Venezuela, Ediciones de la Biblioteca (Caracas 1968) 57-88; publicado primeramente en ingles en: «Harvard Theological Review» (1937); publicado parcialmente también por Helen-Rand Parish y Harold E. Weidman, Las Casas en México. Historia y obra desconocidas, México 1992, 276-277

 

2. Lewis HANKE, La lucha por la justicia en la conquista de América, Madrid 1988, 105-114

 

3. Puede verse la carta de recomendación de la Emperatriz Isabel de Portugal en: PARISH - WEIDMAN, Las Casas en México, 272-273

 

4. : PARISH - WEIDMAN, Las Casas en México, 15-16 

Cortesía Fernando Gil - Ricardo Corleto, 1998-2000   © Pontificia Universidad Católica Argentina, 2000

Este texto forma parte de los Documentos para el estudio de la Historia de la Iglesia una colección de textos del dominio público y de copia permitida relacionados a la historia de la Iglesia.


 

Julián Garcés, Bernardino de Minaya y Paulo III, La condición de los indios (1537) 

https://clasicoshistoria.blogspot.com/2021/11/julian-garces-bernardino-de-minaya-y.html

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Desde su descubrimiento, las Indias dieron lugar a un encendido debate ético, jurídico y religioso sobre la licitud de la propia conquista, ocupación y dominio de los naturales, y sobre qué procedimientos utilizar en todos esos campos. Ya hemos comunicado en Clásicos de Historia algunos documentos en este sentido: la Brevísima relación de la destrucción de las Indias de Bartolomé de Las Casas, el Demócrates segundo de Juan Ginés de Sepúlveda, y la conocida Controversia de Valladolid, en la que intervienen los dos anteriores junto con Domingo de Soto. Desde el terreno universitario fueron decisivas las Relecciones correspondientes de Francisco de Vitoria, así como desde el más pegado a la realidad cotidiana lo fueron las obras de Motolinía y Acosta y la muy posterior de Juan de Palafox…

 

Pues bien, en 1534 y desde Toledo se autoriza mediante una Real Provisión la esclavización de los indios en ciertos casos, lo que desata un movimiento contrario en su favor. Isacio Pérez, en su contribución a la obra colectiva La ética en la conquista de América (Madrid 1984), nos lo cuenta así:

 

«Al recibirla en México, la Audiencia ―y en particular el oidor Vasco de Quiroga― escriben cartas en las que exponen sus reservas respecto a la ejecución de tal Provisión (…) En 1534 se encontraba Fray Bernardino de Minaya de Paz, O.P., en México (recién llegado del Perú), de cuyo convento era prior. De hecho, en México se atribuía ―parece que equivocadamente― la expedición de la mencionada Provisión al influjo en España del Parecer entregado años antes al Consejo de Indias por Fray Domingo de Betanzos, O.P., en el que presentaba a los indios como bestias humanas, incapaces de recibir la fe y de integrarse en una vida civilizada. Ante esta situación, Minaya, hacia fines de 1534, habla con el oidor Quiroga y, seguramente también… con el obispo Juan de Zumárraga, O.F.M.; y a principios de 1535, emprende (de modo fugitivo) viaje a Veracruz con el propósito de embarcar para España y llegar a Roma. Y al pasar por Tlaxcala, obtiene del obispo Garcés, O.P., la conocida carta latina de súplica al Papa Paulo III a favor de la racionalidad de los indios y de su capacidad para recibir la fe, que también es una carta de presentación de Minaya ante el Papa y que Minaya llevó en mano. En Roma, como es sabido, consigue la famosa bula Sublimis Deus, con la cual se desfonda de un pretendido justificante ético la esclavización de los indios y las guerras de conquista o saqueo conducentes a ella.»

 

En el mismo sentido, León Lopetegui señala que «La bula Sublimis Deus, del 2 de junio de 1537, término de las gestiones proindias en Roma, fue precedida en algunos días (29 de mayo de 1537) por la carta apostólica de Paulo III al cardenal Juan de Tavera, arzobispo de Toledo, ordenándole prohibir bajo pena de excomunión ipso facto incurrenda, el reducir a los indios a la esclavitud en cualquier forma y por cualquiera. Esta intervención pontificia, un poco a espaldas de la corte y del cardenal Loaysa, dominico y presidente del Consejo de Indias, irritó a Carlos V, que ordenó recoger las bulas y consiguió de Paulo III que derogara el breve concedido al cardenal Tavera, en cuanto lesiva de los derechos patronales del emperador, o también perturbadora de la paz en las Indias. Una curiosa querella entre el Papa y el emperador en aquellos momentos decisivos en que se estudiaba la convocación del famoso concilio que definiera el campo doctrinal católico frente a la seudorreforma protestante. Nótese bien que el Papa anuló sólo el breve al cardenal Tavera por otro breve de 19 de junio de 1538 ―Non indecens videtur―, pero no la bula o las bulas sobre la racionalidad de los indios y diversas disposiciones disciplinares.» (Historia de la Iglesia en la América española, tomo I, Madrid 1965)